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das Mystische 2.1

Sócrates not dead

Sócrates not dead Sábado 23; 12’00 horas. A las puertas mismas de Medina del Campo, bajo un sol de justicia, me entero de que al abuelo Einstein también le gustaban los trenes del ferrocarril:


“También a él de niño –escribe Agustín- lo habían dejado encantado no sólo los ríos, sino los trenes del ferrocarril, y siguió por siempre aprendiendo de los raíles y del paso del mundo por la ventanilla el contrasentido del movimiento de las cosas: sentía él corriendo atrás los campos, postes, casas, corriendo la tierra al contrario del tren que corría hacia su destino y, cuanto más aumentaba la velocidad del tren, más de prisa corría la tierra a perderse por lo bajo.”


Entre trenes y raíles, me entero también de que mi tren finaliza su recorrido en Valladolid, a orillas del Pisuerga, pero que, en cambio, el tren de Agustín es el ferrocarril de Astorga a Plasencia-Empalme, la línea de Gijón hasta Sevilla o Cádiz, pasando por Valdunciel (allí, la tía Nati y el tío Guillermo), traqueteando de Zamora a Salamanca, o luego hasta Plasencia –cuenta Agustín- y vuelta. Porqué se ha colado Agustín en mi equipaje resulta toda una incógnita, algo inesperado que altera los planes y acecha en las lecturas, un virus informático que ataca la dirección de todos los recorridos, aunque ya parece tarde para buscarle un antídoto. En la edición electrónica de El País Andalucía, del 13-04-2000, hay pruebas evidentes de la peligrosidad del virus: cuenta A. R. Almodovar que Agustín fue el último procesado por la Inquisición sevillana, en el año 62 del siglo pasado, y todo ello simplemente por poner en duda, en un seminario de latín, la sacrosanta virginidad de María. Y es que Agustín y la Realidad nunca se han llevado demasiado bien y la Realidad, en cuanto te descuidas, tiene estas cosas. La Realidad, por ejemplo, puede presentarse ante uno como Tribunal Eclesiástico, como Pleno del Ayuntamiento o como Museo de Arte Contemporáneo, y es entonces cuando el virus de Agustín ataca con más fuerza contaminándolo todo, haciendo de lo habitual algo sospechoso y maligno, el objeto socrático de sus críticas, el sentido de un diálogo que no deja títere con cabeza.


Horas más tarde, en el patio herreriano, intento apoyarme en las muletas teóricas de siempre cuando a Irene, de repente, le da un ataque de sentido común y comienzan a venirse abajo los materiales llamados “conceptuales”, los supuestos trabajos sobre lo efímero, los también llamados “materiales pobres”. Éstas y otras “obras de arte” son señaladas por el dedo acusador de un sentido común que nace desde afuera, al otro lado de la orilla, y Agustín acude en nuestra ayuda cargado de piedras antiguas, agazapado en el fondo del equipaje, creador de un diálogo transgresor (La estafa de las artes) que deja en nuestro paladar un sabor a pan candeal y aceite:


-Tan ilustres y alabados esos cuadros y esculturas de artistazos que se venden a precios astronómicos, y que a mí no me sirvan más que para aburrirme, sin confesarlo, y para decir que he ido, que he estado, y hasta poner cara de entendida y de estar al tanto.
-Pues claro: para eso es para lo que sirven; bueno, y de paso, sí, hacer mucho ruido, mover mucho dinero y mucho nombre, que es de lo que se trata.
-Pero, Tuco, ¿cómo vas a decir que están equivocados todos los entendidos y los que organizan todo eso?, y que te esplican el significado de esos alambres y manchas y grumos de argamasa, y que inauguran una nueva era o revolución de algo. No puede ser: será que yo me he quedado atrás, que no siento, que no entiendo...
-¡Eh, Felisa, alto!, no insultes a ese corazoncito, tan inteligente. ¿No recuerdas lo que decía aquél, “Si a usté le parece una mierda pinchá en un palo, es que es una mierda pinchá en un palo”? Hay que tomar aliento, niña, y ser valientes frente a todo ese armamento de mentiras.


Los 6 minutos del Kingkon de Iván Zulueta, en proyección continua de super 8, nos devolverán a la pequeña realidad de las imágenes, pero no evitarán que, a pesar de ellas, nos aticemos con una vara cargada de preguntas ¿Y si todo fuera como lo “explica” Agustín? ¿Y si todo fuera así de sencillo y así de definitivo?


Más tarde, lejos ya del Museo, me decido a comprar el diario y a asomarme a la ventana de la Actualidad, sin caer en la cuenta de que la Actualidad, aquí en el verano, es como un incendio dramático de sucesos archivados. Los 88 muertos de Sharm el Sheij nos fuerzan de nuevo a hablar de cosas que preferiríamos evitar, y entonces le cuento a Irene que Agustín, cuando lo de las manifestaciones contra la guerra de Irak, había sido terriblemente crítico (”¿Y a eso le llaman guerra?”, repetía indignado. ”Al decir ‘No a la guerra’ se pone uno del lado del Poder”, repetía una y otra vez), e Irene no lo entiende, esta vez no entiende a Agustín y a mí me cuesta mucho explicárselo (no, no es que yo esté de acuerdo, le digo, tan sólo intento explicarlo), y prefiero finalmente que sea el mismo Agustín el que se explique:


-¿Por qué era tan aburrido decirle NO a la guerra?
-Porque era mentira, críos.
-¿Cómo?
-Que no era más que una amenaza de guerra, tontuelos, una guerra futura, inminente, mañana, pasado, el otro, un juego imbécil con que os han tenido entretenidos año y medio.
-Pero, bueno, mamá, el caso es que la guerra ya ha llegado.
-¿Qué coños va a llegar, Sibila, si no había nada que llegar? ¿No sabes tú que el futuro nunca llega?
-Ya: porque, si llega, deja de ser futuro.
-Y ya no sirve para lo que servía, ¿no?
-Hacernos creer que iba a pasar algo.
-Eso. Y, por tanto, ese cuento de que pasa algo tienen que seguir estirándolo a futuro, día tras día, hasta que se agote. ¿Cómo van a quedarse los Medios de Información sin su gran negocio, cómo van a dejar los Poderes de tener pendiente el mundo de lo que va a pasar, para que no se entere de lo que está pasando?
-Pero, madre, y ¿cuál es la guerra de verdad? -La guerra de verdad es ésta, la de siempre: la guerra de la gente contra todos esos manejos y mentiras con que tratan de entretenerla, contra el Poder y los negocios del Capital y los Medios.


Un par de días después será John le Carré quien repita lo mismo con palabras distintas: ”no creo que exista un centro secreto –dirá el inglés-, sino que detrás de la última puerta está el vacío.”


Si la finalidad de la filosofía de Wittgenstein es la “claridad” (aufklären en el primer Wittgenstein, y aufleuchten en el segundo), la “claridad”, en Agustín, es un proceso dirigido al “desconocimiento”; pero ese proceso hacia atrás, de nacimiento sin fin, no parece el más apropiado para este mundo vertiginoso cargado de complejidades. Si todo fuera como lo “explica” Agustín (así de sencillo, así de definitivo) deberíamos mudar hasta el aliento, deshacer el equipaje y reformar la casa –y aun así tampoco estaríamos a salvo.


De nuevo en el tren, ya de vuelta, pregunto por el abuelo Einstein y Agustín me explica que también existen los físicos honrados que llevados por la propia pasión de la investigación descubren las grietas de la realidad, los fallos en la realidad misma. Pero, ¡cuidado!:


“La vocación de la ciencia –advierte Agustín- es servir al señor, como siempre lo ha sido, es decir renovar la fe en la realidad, volver a hacer creer que se sabe qué es eso de la realidad. Eso es servir al poder, servir al señor”


¡Ojo con los Quanta!, señala Agustín, y aconseja:


”reíos, si podéis, de las últimas locuras de la Física o Ciencia de la Realidad más avanzada, la de los Quanta, que se empeña en casarse con la Relatividad General que el genio del pasado siglo nos legara; por ejemplo, el intento, viejo desde Demócrito y Epicuro por lo menos, de buscarle a este mundo, aparentemente tan desordenado, una ley o regularidad por remisión a los elementos mínimos, que por combinación darían en las vastas irregularidades y complejidad de la realidad palpable, mientras ellos tendrían estructuras y leyes simples y matemáticas, ha progresado hasta nuestros días en el sentido de trascender, de la observación más o menos indirecta de los elementos subatómicos, a la prosecución del cálculo más allá, hasta dar en tiritas o culebrillas que serían trillones y trillones de veces más pequeñas que un átomo de hidrógeno, inasequibles a toda observación (al cálculo no hay quien le ponga límites: para eso ha incluido lo de ’infinito’ en su aparato), pero que servirían para superar el dilema de pensar el elemento o como onda o como partícula, y así hallarían (es, al fin, de lo que se trata) el punto de conexión entre razón matemática y realidad física.”


De vuelta a casa, sorteando a la muerte (la muerte en que te obligan a creer, la que de verdad te destruye), es desde fuera del tren que observamos, con Agustín y con Einstein, que es el tren en realidad el que se mueve y no hacia atrás los campos, postes y casas; cada cual su realidad –que dirá el sabio abuelo- mientras resulta tan verdadera una visión y la contraria, o las dos conjuntamente, o –al final- ninguna de ellas. Al paso por Medina los campos aparecen amarillos o surgidos de un corte artificial en una proyección de super 8; con una polaroid, me digo, estos campos serían de neón. Tampoco en el vagón las cosas parecen más "reales". La realidad –que diría Agustín- no se puede explicar por sí misma, a partir de ella misma; pero el sentido común nos sugiere que viajamos en tren fecundando la tierra, “desconociendo” en el viejo raíl de los sueños, naciendo hacia atrás camino del arte, la muerte y el movimiento.

3 comentarios

Anónimo -

Enrique -

Acabo de darme cuenta que omití, ayer, involuntariamente, parte de la cita de Agustín García Calvo que hace referencia a la guerra de Irak. La incorporo ahora allí donde corresponde, esperando que, gracias a ello, se entienda mejor la cita de John le Carré que le sigue.

Pini (María): la madre de Mariana, después de parir 7 hijos, ya tenía el cielo ganado. Lástima que la monja, a oscuras, no supiera verlo.

pini -

ese agustín me cae bien.
eso dudar -y negar- la virgidad de María me puso en penitencia en el colegio.
la llamaron a Mariana (no daré el apellido) para que enseñara como su pobre madre, después de parir 7 hijos, nada tenía que ver con María, ya que había estado de andanzas con su padre.
la moja me dijo: ves María (esta vez era yo, la del nombre), la madre de Mariana no es como María (la otra y santa) casta y pura.
de allí y durante un buen tiempo pensé: pobre mariana, esta monja insinua que a la madre le dicen puta.